Q o Todos a una

Quince inquilinos quisquillosos quieren acoquinar al arquitecto que ha alquilado el quinto. Se quejan porque quiebra la quietud y les enloquece con su claqué. Ante el quiosco de la esquina, acuerdan juntos el ataque: todos creen que una querella le aniquilará.

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Q _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

¿Cuál es la palabra entre líneas de este microrrelato?

Y o Cara y cruz

Cruz sale a la calle con ganas de gresca. Nadie se salva de sus maldades: asusta a los niños, increpa a las ancianas, pisa la cola a los gatos, tira piedras a las ventanas. Avanza erguido, luciendo la confianza chulesca del que sabe que sus actos quedarán impunes. No le preocupan los reproches de los vecinos; ignora sus miradas de desprecio. Si alguno le pide explicaciones por sus acciones, suelta una carcajada. Se encoge de hombros y, sin detenerse siquiera, señala la pequeña puerta del callejón. Al otro lado de la puerta, Cara extiende cheques para pagar cristales rotos, acaricia a gatos heridos, se disculpa ante ancianas disgustadas, consuela a niños asustados. Hace gala de su exquisita educación para apaciguar los ánimos de los vecinos. Y reza para que nadie descubra que él y Cruz son los rostros de una misma moneda.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autor escocés. El nombre a descubrir está en el idioma original.

_ _   _ Y _ _

X o Una mentira inocente

Confieso que llevo años engañando a la aldea. Mi farsa involuntaria comenzó el día en que un vecino me visitó con un problema menor. Me pilló con poca inspiración y menos ganas de trabajar, así que salí del paso con lo primero que encontré: un poco de caldo de la cena, un par de ingredientes tomados al azar de mi despensa y, voilà, ya tenía el remedio perfecto. Le aseguré que aquel brebaje le daría fuerza suficiente para enfrentarse a cualquier problema. Me refería a fuerza moral, pero mi vecino no lo interpretó bien: explicó en la aldea que yo había inventado una pócima mágica que otorgaba poderes sobrenaturales. Desde entonces, decenas de vecinos hacen cola ante mi casa a diario para adquirir mi remedio. Y deben de creer que funciona, porque siempre vuelven a por más. A mí me sabe mal quitarles la ilusión. Menuda decepción les causaría ahora descubrir que no les vendo poderes sobrenaturales, sino un simple sorbito de sopa de pollo para calentar su autoestima.

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Este personaje aparece en varias historietas del siglo XX de autor francés.

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N o Un lunes fatídico

Aquel lunes fatídico caía una lluvia fina. O quizás amaneció tan despejado como el día anterior. Han pasado tantos años que nadie lo recuerda con exactitud. Él salió de casa temprano, soñoliento y pálido, impecablemente vestido de lino blanco. Algunos testigos aseguran que destilaba la misma alegría que apenas unas horas antes, cuando todo el pueblo festejaba la boda. Otros sostienen que el mal humor se leía claramente en su rostro. A aquellas alturas, muchos sabían ya que los gemelos iban a por él: los dos hermanos lo proclamaban sin reparos, y la noticia había corrido como la pólvora entre los vecinos. Pero ninguno de quienes se cruzaron con él aquella mañana le advirtió; debían de pensar que ya estaba avisado, o puede que decidieran que aquel asunto de honor no les incumbía. Sucedió hace tanto tiempo que los hechos han quedado diluidos en la memoria colectiva. Lo único que todos recuerdan a ciencia cierta es que, aquella noche, él no llegó vivo a casa.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XX de autor colombiano.

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D o Un sueño incómodo

Abrió los ojos, y al momento le invadió la sensación de haber dejado atrás un sueño incómodo. Se desperezó con calma y sonrió. Quiso quedarse todavía un rato más entre las sábanas, saboreando aquella sensación de alivio, pero las voces que llegaban desde el exterior llamaron su atención. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. En cuanto vio el corro de vecinos asombrados que se había formado ante su casa, supo que no lo había soñado. Desvió la mirada hacia la parcela de jardín que quedaba bajo su ventana, y allí estaba él. Sentado entre sus rosales. No parecía haberse movido del lugar en toda la noche. De nada habían servido los gritos pidiéndole que la dejara en paz ni el portazo en las narices. Allí seguía, cabizbajo, esperando pacientemente. Pero ella no cedería. No pensaba volver a perdonarle sus modales groseros. Ni que hubiera pisoteado sus rosales. Ni mucho menos que la hubiera puesto en evidencia ante los vecinos. A ver cómo les explicaba ella ahora la presencia de aquel animal en su jardín.

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Este personaje aparece en un cuento del siglo XX de autor guatemalteco.

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