H o Compañeros de banco

No le apetece tener compañía, pero de todas formas sonríe al caballero que se ha sentado junto a ella en el banco. Deduce, por la mochilita rosa que sostiene entre las manos, que ha ido al parque con su nieta. Quizás la criatura en cuestión sea esa niña de trenzas pelirrojas que juega con el nieto de la mujer. Al principio, el recién llegado respeta su silencio; contempla, como ella, a los niños. Pero, impulsado por esa conciencia de misión familiar compartida, no tarda en dirigirle la palabra. La mujer continúa callada. Se limita a escuchar cómo su vecino, cada vez más confiado, detalla sus achaques de salud. Cuando el hombre asegura sufrir un molesto dolor de cabeza, ella se lleva la mano a la frente para tratar de mitigarlo. Poco después busca en su bolsillo un pañuelo bordado con el que aliviar, en su propia nariz, la congestión nasal que preocupa al caballero. Todo se precipita cuando la mujer empieza a notar como suyo el terrible calambre en la pierna que acaba de describirle su compañero. Entonces llama a su nieto y, casi arrastrándolo de la mano, se aleja del banco sin apenas despedirse del hombre. Teme que el calambre no le permita llegar a casa para meterse en la cama a incubar su catarro.

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H _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo femenino)

C o La paciencia infinita

El niño vuelve a observar el reloj de la pared. Apenas han pasado cinco minutos desde la última vez, aunque hubiera jurado que lo miró hace horas. Resistir le está costando más de lo que imaginaba; pero ha tomado una decisión y piensa mantenerse firme en su postura. Lo peor de la espera es no saber cuánto va a durar. Porque mamá no ha puesto hora límite a su ultimátum: amenaza con retenerle allí hasta que cumpla con su deber. Él confiaba en que, si aguantaba lo suficiente, mamá acabaría cediendo de puro cansancio. Pero los minutos pasan y ella no se rinde. Esa paciencia infinita y las miradas intimidatorias que le lanza al pasar junto a él empiezan a hacer mella en su voluntad. Pero lo que más le mortifica es el crujir de sus tripas traicioneras, que llevan rato reclamando alimento. El niño suspira, vencido. Mira el plato, que ha dejado de humear. Toma la cuchara y, resignado, ataca las lentejas.

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C _ _ _ _ _ _ _ _ (verbo intransitivo)

W o Cinco niños afortunados

Lleva tanto esperando este momento que casi no puede creer que haya llegado: sus cinco invitados de lujo esperan tras la puerta. Oye sus voces infantiles y se pregunta qué aspecto tendrán. Para saciar su curiosidad, abre la mirilla con cuidado y espía. Ahí están los cinco niños. Parecen excitados, aunque probablemente no lo estén tanto como él: los nervios le han tenido en vela media noche, meditando qué traje ponerse para la cita. Quiere causar la mejor impresión. Sabe que sus invitados ansían conocerle y no quiere defraudar sus expectativas. Al fin y al cabo, va a mostrarles sus dominios. Va a desvelarles sus secretos más dulces. Y espera regalarles un día que difícilmente puedan olvidar. Ya llaman a la puerta. Él se alisa el traje hasta dejarlo impecable, dibuja la sonrisa tantas veces ensayada y abre la fábrica.

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Este personaje aparece en un par de obras del siglo XX de autor británico.

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Ñ o La pequeña incorregible

Está sentada en la punta de la silla. Su espalda, bien erguida, no roza el respaldo. Con una mano sostiene un libro abierto a la altura de sus ojos, de manera que puede mantener la barbilla alzada mientras lee. La otra mano, cerrada en un puño, descansa sobre su regazo. Esa postura y el silencio de la sala convierten su lectura en un acto solemne. De vez en cuando desvía la vista del libro para observar a las niñas. La mayor sigue concentrada en su escrito. La pequeña, sin embargo, ya no dibuja; su atención ha escapado por la ventana. Al verla, el rostro de la mujer se vuelve aún más severo. Aprieta los labios. Tamborilea sobre su regazo con dedos impacientes. Y acaba soltando su habitual retahíla de reproches hacia la pequeña incorregible. Pero la niña ha viajado tan lejos de la mansión alemana que ni siquiera la oye. Allí, en los prados suizos, sólo tiene oídos para su abuelo y los amigos que la hacen feliz.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autora suiza.

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A o Golpe de calor

No ha vuelto a ser la misma desde aquel paseo por el campo. Al principio, sus padres lo atribuyeron a un golpe de calor, y regañaron a su hermana por haberla dejado dormir tanto bajo el sol de mayo. A medida que pasaban los días y los delirios no cesaban, empezaron a asustarse. El médico no supo determinar la causa de sus excentricidades. Recomendó reposo y, sobre todo, mantenerla alejada del campo. Así acabaron las carcajadas nerviosas al ver un conejo y la búsqueda obsesiva de madrigueras; en casa, sin embargo, la situación no ha mejorado. La niña sigue viendo sonrisas que flotan en el aire. Cuando toman el té, se empeña en cambiar de asiento cada cinco minutos. Y no hay día que no intente descabezar con las tijeras a las reinas de la baraja. Sus padres la observan con gesto grave. Cuando creen que no les oye, discuten en voz baja. Ella sabe que la creen loca. Y le parece maravilloso.

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A _ _ _ _ _

Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autor británico.