D o Sí o no

Tras cientos de primaveras sufriendo afrentas injustificadas, las margaritas deciden tomar cartas en el asunto. En asamblea general acuerdan elevar una queja a la autoridad competente para exigir que dejen de castigarlas de esa manera. Si su queja no obtiene respuesta, recurrirán a medidas drásticas; si es preciso, se negarán a florecer los fines de semana. Por supuesto que simpatizan con los enamorados, pero no soportan sus inseguridades sentimentales. No entienden qué les lleva a confundirlas a ellas, simples flores, con expertas en el amor. ¿Necesitan saber si su objeto de deseo les quiere o no? Que se dejen de ñoñerías y se lo pregunten directamente.

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D _ _ _ _ _ _ _ (verbo transitivo)

¿En qué palabra se inspira el microrrelato? Respuestas, hasta el jueves a las 22:00.

T o Media hora después

Se le fue el santo al cielo. Alguna inexplicable razón hizo que, aquella noche, el lobo feroz remolonease más de la cuenta a pie de página y apareciese en el cuento con media hora de retraso. En el lugar donde solía encontrarse con Caperucita cada noche no había ni rastro de la criatura. Probablemente estaría llegando ya a casa de la Abuelita. El lobo decidió jugárselo todo en un último intento y echar a correr bosque a través para llegar a la casa antes que la niña. Quizás así pudiera reconducir una historia que, aquella noche, olía a fracaso absoluto. Mientras corría, el lobo notó que los árboles se volvían extrañamente borrosos. Él mismo empezó a desdibujarse, lo que le hacía avanzar cada vez con mayor dificultad. Todo se iba haciendo confuso. Agotado de esperar al lobo feroz durante tanto rato, el niño que leía el cuento en su cama noche tras noche cayó finalmente dormido. Entonces lobo, bosque e historia se perdieron en la oscuridad.

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T _ _ _ _ (adverbio tiempo)

Z o El rito diario

Cada tarde, a eso de las tres, abandona su escondite para salir a campo abierto. Se sienta en lo alto de la pradera, desde donde tiene la mejor vista, y deja pasar los minutos. Durante la primera media hora, espera con una mezcla de impaciencia y entusiasmo. A medida que avanza la segunda media hora, la decepción va ganando terreno. Pasadas las cuatro, cuando no le queda más remedio que admitir que su amigo tampoco aparecerá ese día, se rinde a la tristeza. Desvía la mirada hacia los campos de trigo y suspira, nostálgico. Entonces cierra los ojos para verlo todo mejor. Agudiza el oído para escuchar cómo juega el viento entre las espigas, meciéndolas, e imagina que la brisa acaricia los mechones dorados de su amigo. Con los ojos aún cerrados, sonríe. Sabe que, por muy lejos que haya ido, el niño de otro planeta sigue a su lado.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XX de autor francés.

Z _ _ _ _

K o La odiosa criatura

Llevo rato observándole. Ni siquiera me he molestado en esconderme entre la maleza para pasar desapercibido: sé que el cachorro no me tiene miedo. Cualquiera de sus hermanos hubiera huido despavorido al saber que yo, el auténtico y temible señor de la selva, merodeo por los alrededores. Pero él no es como el resto de la manada. Esa odiosa criatura no sólo no me teme, sino que se atreve a mantener mi mirada, desafiante. Si intento intimidarle con un rugido amenazador, me responde con una carcajada despreocupada. Se cree a salvo. Tiene claro que no me acercaré a él mientras ande con sus dos eternos compañeros: no quiero llevarme el zarpazo de un oso descomunal, ni me apetece enfrentarme a una pantera astuta. Pero algún día esos dos no estarán al lado del cachorro para protegerle. Ese día le explicaré con todo detalle quién manda en esta selva.

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Este personaje aparece en una obra del siglo XIX de autor británico.

_ _ _ _ _   K _ _ _

I o Estado de shock

Debo de estar en shock; es la única explicación que se me ocurre. No recuerdo nada del incendio, aunque tiene que haber sido una experiencia realmente traumática si he llegado a desmayarme. Despertarme en un lugar desconocido no ha mejorado las cosas. Ahora me siento tan extraña… Él se ha sentado a mi lado para hablarme de lunas y olivares, de orillas y ruiseñores. Sus palabras me desorientan, pero su voz me atrae como un imán. Sé que es impropio de alguien en mi situación, pero no puedo evitar mirar sus ojos, sus labios, sus manos. Cada vez que él me llama ángel o estrella, mi cerebro enloquece un poco más. Mi corazón ha empezado a cabalgar con tanta fuerza que temo sufrir un ataque en cualquier momento. Así que, como no deje de hablar pronto, le callo yo con un beso.

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Este personaje aparece en un drama del siglo XIX de autor español.

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