L o La fe ciega

Si aquella tarde lluviosa hubiera llevado puestas las gafas, se habría dado cuenta de que el hombre que llamaba su atención desde el otro lado de la calle no era su marido. Que ni siquiera la estaba saludando a ella. Pero su acusada miopía le impedía distinguir con claridad esos detalles a aquella distancia y un voluminoso cargamento de paquetes, que atesoraba como un trofeo después de una sesión intensiva de compras, le impedía liberar alguna mano para entretenerse a buscar las gafas dentro de su bolso, calzárselas y salir de dudas. Con el abrigo empapado por la lluvia y los brazos doloridos por el peso de los paquetes, decidió ceder a su impaciencia y creer ciegamente en su intuición. Se lanzó a la calzada con pasos cortos e inseguros, desafiando al suelo resbaladizo sobre sus zapatos de tacón. Todavía no estaba bastante cerca como para observar que el hombre, que ahora sí llamaba su atención moviendo los brazos enérgicamente, no la apremiaba a cruzar cuanto antes, sino todo lo contrario. A medio paso de peatones empezó a verlo claro. Cuando por fin comprendió por qué el desconocido al que había confundido con su marido la miraba con expresión espantada, el coche ya la había embestido, haciendo volar por los aires sus preciados paquetes.

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L _ _ _ _ (adverbio)