Ñ o Juego de manos

Con un hábil movimiento de dedos, el mago se apropia del reloj de pulsera sin que el espectador del traje elegante se dé cuenta. Sigue distrayéndole con sus charla y sus gestos histriónicos durante unos instantes más, hasta que, por fin, le pregunta la hora. Cuando el espectador descubre que su valioso reloj ha desaparecido, palidece. El público mira con asombro al mago. Este, esbozando una media sonrisa traviesa, se vuelve hacia su ayudante, que aguarda de pie en el escenario. Cuando la chica abre la bolsa de tela que sostiene en la mano y saca de su interior el reloj desaparecido, el público rompe en aplausos. La ovación acompaña a la ayudante mientras baja del escenario y, con paso coqueto, se acerca a devolver el reloj a su propietario. Todavía incrédulo, el espectador del traje elegante coloca el reloj de imitación en su muñeca creyendo que es el suyo. Nadie nota que el mago ha metido la mano en su bolsillo y palpa con disimulo el reloj auténtico.

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_ _ _ _ Ñ _ _ (verbo transitivo)

¿Ya habéis descubierto la palabra oculta? Dejad vuestras respuestas antes del jueves.

I o Abrir los ojos

En otras circunstancias, ser objeto de interés de tres mujeres a la vez podría haberme hecho sentir halagado. Pero entonces yo tenía siete años, aquellas tres mujeres eran mis tías y sus miradas estaban cargadas de reproche. No las culpo: reconozco que aquel garabato negro trazado con prisas bajo mi nariz lucía bastante ridículo. Mis tías preguntaban, a tres voces, qué estúpida inspiración me había llevado a pintarme un bigote con rotulador permanente. Yo no respondía. Prefería aguantar su etiqueta de sobrino idiota que confesarles que Ana me había gastado una broma. No podía explicarles que, durante unos instantes, había creído flotar porque mi mejor amiga me había prometido un beso si cerraba los ojos. Que los había cerrado pero, en vez de notar sus labios rozando mi mejilla, había sentido un cosquilleo frío bajo la nariz. Que, al abrir los ojos, me había topado con la sonrisa maliciosa de Ana y las caras burlonas de los demás niños. Mientras las tres mujeres discutían la mejor fórmula casera para acabar con aquella marca sin arrancarme la piel, yo sólo podía pensar en Ana. No me preocupaba el bigote; sabía que mis tías darían con el remedio para eliminarlo. Pero la traición de mi amiga no se borraría por mucho que el tiempo frotara mi alma.

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I _ _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo)

H o Compañeros de banco

No le apetece tener compañía, pero de todas formas sonríe al caballero que se ha sentado junto a ella en el banco. Deduce, por la mochilita rosa que sostiene entre las manos, que ha ido al parque con su nieta. Quizás la criatura en cuestión sea esa niña de trenzas pelirrojas que juega con el nieto de la mujer. Al principio, el recién llegado respeta su silencio; contempla, como ella, a los niños. Pero, impulsado por esa conciencia de misión familiar compartida, no tarda en dirigirle la palabra. La mujer continúa callada. Se limita a escuchar cómo su vecino, cada vez más confiado, detalla sus achaques de salud. Cuando el hombre asegura sufrir un molesto dolor de cabeza, ella se lleva la mano a la frente para tratar de mitigarlo. Poco después busca en su bolsillo un pañuelo bordado con el que aliviar, en su propia nariz, la congestión nasal que preocupa al caballero. Todo se precipita cuando la mujer empieza a notar como suyo el terrible calambre en la pierna que acaba de describirle su compañero. Entonces llama a su nieto y, casi arrastrándolo de la mano, se aleja del banco sin apenas despedirse del hombre. Teme que el calambre no le permita llegar a casa para meterse en la cama a incubar su catarro.

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H _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo femenino)

F o La pieza final

Ayer llamaron a mi puerta a media mañana. No esperaba visita; ando tan ocupado con mi proyecto que por él he sacrificado mis horas de sueño, gran parte de mis comidas y, por descontado, mi vida social. Cuando abrí la puerta, un mensajero me entregó un paquete de pequeñas dimensiones. Imagine mi alegría, querido amigo: por fin había llegado el pedido que encargué por Internet hace semanas. La preciada pieza final de mi puzzle. Terriblemente excitado, agarré el paquete y corrí escaleras arriba para encerrarme en mi santuario particular. He estado trabajando sin descanso desde entonces, ensamblando todas las piezas con cuidado hasta lograr que encajaran a la perfección. Hace apenas diez minutos que he terminado mi obra. Me he alejado unos pasos para contemplarla y he esperado, impaciente. Cuando mi puzzle ha abierto sus ojitos vidriosos y me ha mirado, no he podido contener las lágrimas. Me ha parecido verle sonreír. Incluso juraría que ha dicho “papá”.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autora inglesa.

_ _ _ _ _ _   F _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _