G o El chico extraño

Viene al mercado prácticamente a diario, aunque nunca le he visto comprar nada. Suele pasearse entre los tenderetes sin apenas examinar la mercancía. Intenta pasar desapercibido, y lo cierto es que su aspecto anodino le ayuda a conseguirlo. Pero a mí no me engaña: hay algo extraño en ese chico. Quizás sea su manera de analizarlo todo. Anda por el mercado como ausente, sin mirar realmente lo que ve. De vez en cuando alza ligeramente la cabeza e inspira con profundidad. Si algún aroma capta su atención, entonces sí, observa con interés cuanto le rodea, como queriendo buscar el origen de ese olor. Hoy le he visto detenerse, cerrar los ojos e inspirar muy despacio. Instantes después ha abierto los ojos de nuevo, ha vuelto sobre sus pasos y ha emprendido la marcha tras una joven con la que acababa de cruzarse. El brillo ambicioso de su mirada me ha hecho estremecer.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XX de autor alemán.

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E o El número 34

No pasaba un solo día sin trazar una raya en la pared. Sabía que era la única manera de conservar la noción del tiempo en un lugar como aquel, en el que cada jornada era idéntica a la anterior. Desde que le encerraron allí, el frío y la humedad se habían convertido en sus únicos compañeros. El número 34 no alcanzaba a ver a través del tragaluz que apenas iluminaba el calabozo, pero intuía el mar más allá del muro. No sabía nada del exterior; ni siquiera sabía por qué seguía aún encerrado. Por muchas preguntas que hiciera al carcelero que le llevaba comida a diario, nunca obtenía respuestas. Pese a todo, pese a la fila interminable de rayas con la que había decorado el muro, el número 34 no perdía la esperanza. Su ilusión se había renovado desde que empezó a escuchar aquel sonido desconocido al otro lado de la pared. Un sonido sordo, lento, lleno de promesas irracionales.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XIX de autor francés. El nombre a descubrir está escrito en el idioma original.

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C o Favor entre amigos

Aguardo el momento de entrar en su despacho. Como los nervios no me permiten esperar sentado, recorro el pasillo una y otra vez. Mis dedos impacientes juegan con el sobre que voy a entregarle en cuanto le vea, mi humilde regalo para los recién casados. Planeo mentalmente cómo voy a exponerle los hechos y pedirle ayuda en un asunto tan delicado. En realidad, no me preocupa que pueda rechazarme: sé que no me negará un favor en la boda de su hija. Me escuchará con gesto comprensivo, pondrá su mano sobre mi hombro y me asegurará que va a solucionarlo. Al fin y al cabo, eso hacen los buenos amigos. Yo respiraré tranquilo, sabiendo que mi problema se desvanecerá pronto. Pero también seré consciente de que, algún día, él me pedirá algo a cambio. Y entonces tendré que concedérselo, o será implacable conmigo.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XX de autor estadounidense.

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P o La risa contagiosa

Dicen que comenzó en algún pueblo escocés. La televisión lo presentó como un curioso caso de risa contagiosa: los reporteros mostraban imágenes de los afectados y bromeaban sobre su incapacidad de dejar de reír. Incluso admiraban su aspecto despreocupado y feliz. Las redes sociales extendieron la noticia; también propagaron la risa. A cada minuto se detectaban nuevos contagios en todo el mundo. La felicidad que al principio divertía empezó a incomodar. Los gobiernos reaccionaron. Como medida preventiva, cortaron las emisiones de radio y televisión. Prohibieron el acceso a Internet. Nos obligaron a permanecer en casa. De eso hace cinco días. Hemos logrado mantener a los niños alejados de las ventanas, pero el abuelo nos ha salido rebelde: esta mañana le hemos descubierto asomado al patio de vecinos, escuchando con deleite la risa de la mujer contagiada del quinto. Nos ha dicho que quería sentir la sensación de vivir despreocupadamente. Le hemos encerrado en su habitación de inmediato. De vez en cuando le oímos reír, aunque sospechamos que finge haberse contagiado para sentirse menos solo. No dejamos que los niños se le acerquen. Por suerte, ellos siguen manteniendo esa expresión entre triste y asustada.

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P _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

¿Cuál crees que es la palabra oculta?

X o El elemento extraño

Al principio creímos que se trataba de un ardid de la reina blanca: enviar un infiltrado a nuestras filas para desestabilizarnos. Cuando nuestro alfil se deslizó hasta la otra punta del tablero para pedir explicaciones, las piezas blancas juraron no saber nada sobre el asunto. Aquel misterioso cubo pecoso no solo se coló en nuestro territorio; también se empeñó en jugar con nosotros. Nos invitó a hacerle rodar y contarle las pecas, pero no quisimos aceptar sus costumbres extravagantes. Entonces intentó adaptarse a nuestras reglas. Se situó en primera fila, dispuesto a avanzar como un peón más; pero nuestros hombres en vanguardia desconfiaban de su excesiva motivación y le hicieron el vacío. Su presencia acabó por desestabilizarnos a todos, tanto a negros como a blancos. Así que tomamos una determinación conjunta: nuestras cuatro torres rodearon al elemento extraño y lo empujaron fuera del tablero. Haciéndole rodar, como él quería.

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X _ _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

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