H o La parte positiva

Búscale la parte positiva, se dice, mientras sigue talando. El amor era una lata. No podías pensar en otra cosa que no fuera aquella chica, ni siquiera estando en el trabajo: ya no corres el riesgo de sufrir un accidente laboral. Te has librado del cosquilleo molesto en la boca del estómago, de esa ansiedad que te impedía comer y te robaba el sueño. No tendrás que vivir de nuevo la humillante sensación que te causaban la respiración incontrolada, las mejillas encendidas y ese trabarse las palabras cuando intentabas hablar con ella. Ya no perderás la noción del tiempo cada vez que la mires a los ojos, ni te dominará más el ridículo deseo de querer pasar la eternidad a su lado. La parte positiva es que ni esa chica ni ninguna otra podrán robarte el corazón nunca más. El hombre asesta otro tajo al tronco consciente de que ese falso autoconsuelo no le devolverá la felicidad. Aunque no le importa: tampoco es capaz de entristecerse y lamentarlo.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autor estadounidense.

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A o Golpe de calor

No ha vuelto a ser la misma desde aquel paseo por el campo. Al principio, sus padres lo atribuyeron a un golpe de calor, y regañaron a su hermana por haberla dejado dormir tanto bajo el sol de mayo. A medida que pasaban los días y los delirios no cesaban, empezaron a asustarse. El médico no supo determinar la causa de sus excentricidades. Recomendó reposo y, sobre todo, mantenerla alejada del campo. Así acabaron las carcajadas nerviosas al ver un conejo y la búsqueda obsesiva de madrigueras; en casa, sin embargo, la situación no ha mejorado. La niña sigue viendo sonrisas que flotan en el aire. Cuando toman el té, se empeña en cambiar de asiento cada cinco minutos. Y no hay día que no intente descabezar con las tijeras a las reinas de la baraja. Sus padres la observan con gesto grave. Cuando creen que no les oye, discuten en voz baja. Ella sabe que la creen loca. Y le parece maravilloso.

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A _ _ _ _ _

Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autor británico.

O o Truco de magia

El conejo que vive en el sombrero está harto de que el mago le trate como un pelele. Hace meses que no puede cenar tranquilo. Cada noche, sin previo aviso, la mano del mago aparece de la nada, le agarra de las orejas y le saca del sombrero con un rápido tirón. Sin tiempo de reaccionar, el conejo acaba irremediablemente suspendido en el aire ante cientos de ojos indiscretos. Y no es el tirón de orejas inesperado. Ni el miedo escénico. Lo que más le revienta al conejo es que el mago haga creer al público que el mérito es solo suyo. Como si fuera tan fácil vivir encogido dentro de un sombrero. El mago se apropia de los aplausos; a cambio, le da una simple zanahoria seca. Así que, esta noche, el conejo decide contraatacar. Cuando el mago agarra sus orejas, se lanza sobre él. Aprovechando su sorpresa, le arrebata la varita y lo convierte en zanahoria gigante. El público enloquece: se pone en pie para aplaudir con fuerza al conejo. Él saluda, agradecido, mientras piensa en el banquete que le espera.

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O _ _ _ _ _ _ _ _ (verbo transitivo)

Encuentra la palabra entre líneas.

J o El último mono

Papá oso siempre se llevaba la mejor parte. El plato de sopa más grande, el pedazo de pan más tierno o la cama más cómoda. Decía que era lo que le correspondía por el ser cabeza de familia. A mamá osa parecía convencerle aquel argumento, pero el osito no estaba de acuerdo. Ser el pequeño le obligaba a quedarse con hambre y a pasar noches en vela porque los muelles de su cama maltrecha se le clavaban en las costillas. Harto de ser el último mono, el osito se inventó el cuento de Ricitos de Oro. Desde entonces, los tres osos salen al bosque cada día para intentar encontrar a la niña de cabellos dorados que se cuela en su cabaña, saquea la despensa y deshace sus camas. Mientras sus padres la buscan inútilmente, el osito vuelve a escondidas a casa para pegarse banquetes de lujo y echarse siestas de campeonato.

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J _ _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

Y la palabra entre líneas es…

C o Cazador de carcajadas

Recorre las calles ensimismado, sin que parezca importarle nada de cuanto ocurre a su alrededor. De repente oye una risa femenina, y su actitud cambia. Alza la vista en busca de la propietaria de las carcajadas; cuando la localiza, se acerca corriendo y se detiene ante ella. Ladea la cabeza, como si oyera algo que nadie más percibe; instantes después levanta una mano rápida para atrapar en el aire algo que nadie más ve. Acerca el puño a su oído, lo agita, escucha con atención. Entonces asistente, satisfecho. Con la mano libre, tantea su bolsa en busca de un tarro de cristal vacío. Introduce a su presa en el tarro con cuidado; en él escribe, con rotulador indeleble, “Mujer joven. Carcajada de nivel 3” y la fecha. Después lo guarda en su bolsa, junto a otros tres tarros ya etiquetados. Educado, da las gracias a la sorprendida propietaria y se aleja tan inesperadamente como llegó.

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C _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo)

La palabra entre líneas es…