Una mañana otoñal, un señor entrado en años se empeña en subir a una montaña sin compañía. La hazaña soñada se hace añicos cuando el señor, poco mañoso, resbala y se despeña. Acaba hecho un guiñapo. Casi desriñonado. Por mucho que se desgañita, nadie oye sus gruñidos. Ni siquiera el pastor que ordeña a su rebaño en un terreno aledaño. El señor, incapaz de moverse por el leñazo, refunfuña: teme que le ataquen las alimañas. El sol daña su cabeza, y los recuerdos añejos se adueñan de su mente. Castañas y piñones en su niñez. El guiño de ojos de una quinceañera. Un cumpleaños en una cabaña de la campiña. Dos cuerpos enmarañados sobre una alfombra de armiño. Lasaña con salsa boloñesa. Las riñas navideñas con su cuñado. Carantoñas al retoño que trajo la cigüeña. Buñuelos regados con coñac… Entonces la ve: una extraña señora de negro le señala con su guadaña. A regañadientes, acepta que la muerte ha llegado para ensañarse con su desgracia. Que la diña. Pestañea, pero la vista le sigue engañando: no reconoce al leñador que escudriña sus rasguños.
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_ _ _ _ Ñ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)
Dirías que la palabra entre líneas es…