Y cuando ya había asumido que pasaría solo el resto de mis días, apareció él. Sigo emocionándome cada vez que recuerdo nuestro primer encuentro. Irrumpió en mi vida como un tornado; me pilló por sorpresa, pero no dudé en darle cobijo. Le abrí las puertas de mi hogar y le ofrecí cuanto tenía sin reservas. Me gustó encontrar a alguien con quien poder compartir mi trocito de paraíso privado. Nuestra convivencia fue como la seda desde el principio. Le pusimos tanto empeño que no nos frenaron ni los problemas de comunicación. Nos bastaba un gesto o una mirada, un simple sí o no, para entendernos. Pero todo ha cambiado últimamente. Ceo que la rutina en esta isla remota nos está perjudicando. Ya no me dedica esas sonrisas francas, refunfuña a todas horas y me mira con reproche si le encargo alguna tarea doméstica. Incluso ha dejado de llamarme amo con el cariño con el que solía decirlo antes. Y yo, harto de sus malas caras, me pregunto a menudo si no me hubiera ido mejor siguiendo solo.
*
Este personaje aparece en una novela del siglo XVIII de autor inglés.
V _ _ _ _ _ _