W o Puntos de vista

“Esta vez sí”, se dijo ella. Esta vez había acertado con su cita a ciegas. El chico con el que había aceptado cenar en aquel restaurante japonés era atento y sensible. Aunque intentaba disimularlo, parecía emocionado con su historia sobre el gatito abandonado que ella había acogido meses atrás: el brillo en sus ojos y un nudo en la garganta le delataban. “Otra vez no”, se dijo él. Otra vez había cometido el error de probar algo exótico sin preguntar antes por su sabor. ¿Quién podía imaginar cuánto picante se escondía tras aquel aspecto verde inofensivo? Por suerte, tenía la situación bajo control. Mientras la buenorra cursi siguiese parloteando, él podría fingir que la escuchaba, concentrado, y aguantar el tipo hasta que pasara el efecto.

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W _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

¿Qué palabra se esconde tras el microrrelato? Tenéis hasta el jueves a las 22:00 para hacer vuestras conjeturas.

M o Cuestión de números

El matemático sigue un horario estricto de lunes a viernes. Cada mañana, tres cuartos de lo mismo: su despertador suena a la 7:18, aunque él lo reprograma para que le deje dormir, exactamente, doce minutos más. Para desayunar, prepara dos tostadas con mermelada de ciruela que, mojadas en un café con media cucharada de azúcar, le saben de mil amores. Mientras se afeita un bigote que sigue en sus trece de crecer sin permiso y con nocturnidad, escucha las noticias en su programa radiofónico favorito. Cuando el opinador de turno empieza a cantar las cuarenta a un compañero de tertulia al que tanto le dan ocho que ochenta, el matemático cuenta hasta diez y, sin piedad, apaga el transistor. A las 8:50 se mira en el espejo del recibidor para comprobar que su corbata esté perfectamente alisada. Tras darse el visto bueno, sale a la calle más chulo que un ocho.

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M _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo masculino)

¿Cuál es la palabra que inspira el cuento? Tenéis hasta el jueves para descubrirlo.

Y o El invitado tedioso

Es el centro indiscutible de la velada. Sentados a la mesa, todos prestan atención al invitado. Admiran sus anécdotas insoportables, ríen sus chistes anodinos, alaban sus opiniones sin criterio sobre los temas más superficiales. Y parecen encantados con él. El invitado parlotea sin parar, disfrutando de su estatus de mono de feria. Cuando el padre manifiesta su pasión por la pesca, él propone acompañarle un fin de semana. Cuando el hijo se declara fan del grupo del momento, él promete colarle en su próximo concierto. Cuando la hija acaricia su brazo y le mira con ojos enamorados, él confiesa sentirse el hombre más afortunado del planeta. Luego se vuelve hacia la madre y asegura entender ya de dónde ha heredado su belleza la hija. Pero la madre no se deja impresionar por halagos. Sabe que el invitado es pura fachada. Agradece su cumplido con una sonrisa educada y con una mirada que dura algo más de lo debido. Lo justo para advertirle que el secreto que ambos comparten debe seguir escondido.

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Y _ _ _ _ (sustantivo masculino)

P o Hora de comer

Abre un ojo, sólo uno, sin muchas ganas. Alza la cabeza con la máxima lentitud posible y mira hacia las hojas de la rama más cercana. Tras meditarlo durante unos segundos, admite que tiene hambre. Entonces reflexiona mejor, esta vez sin apresurarse: si quiere comer, tendrá que incorporarse y desplazarse con fatiga por la rama, ayudándose de sus garras, hasta llegar al alimento. Sólo de pensar en el esfuerzo de masticar trabajosamente esas hojas acaba agotado. Así que resuelve que no tiene tanta hambre. Lentamente vuelve a bajar la cabeza y, sin perder la sonrisa beatífica, cierra el ojo que le conecta al mundo. Se queda dormido, dejando al narrador que le observa sin argumentos para terminar este cuento.

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P _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo masculino)

X o Una mentira inocente

Confieso que llevo años engañando a la aldea. Mi farsa involuntaria comenzó el día en que un vecino me visitó con un problema menor. Me pilló con poca inspiración y menos ganas de trabajar, así que salí del paso con lo primero que encontré: un poco de caldo de la cena, un par de ingredientes tomados al azar de mi despensa y, voilà, ya tenía el remedio perfecto. Le aseguré que aquel brebaje le daría fuerza suficiente para enfrentarse a cualquier problema. Me refería a fuerza moral, pero mi vecino no lo interpretó bien: explicó en la aldea que yo había inventado una pócima mágica que otorgaba poderes sobrenaturales. Desde entonces, decenas de vecinos hacen cola ante mi casa a diario para adquirir mi remedio. Y deben de creer que funciona, porque siempre vuelven a por más. A mí me sabe mal quitarles la ilusión. Menuda decepción les causaría ahora descubrir que no les vendo poderes sobrenaturales, sino un simple sorbito de sopa de pollo para calentar su autoestima.

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Este personaje aparece en varias historietas del siglo XX de autor francés.

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