L o La fe ciega

Si aquella tarde lluviosa hubiera llevado puestas las gafas, se habría dado cuenta de que el hombre que llamaba su atención desde el otro lado de la calle no era su marido. Que ni siquiera la estaba saludando a ella. Pero su acusada miopía le impedía distinguir con claridad esos detalles a aquella distancia y un voluminoso cargamento de paquetes, que atesoraba como un trofeo después de una sesión intensiva de compras, le impedía liberar alguna mano para entretenerse a buscar las gafas dentro de su bolso, calzárselas y salir de dudas. Con el abrigo empapado por la lluvia y los brazos doloridos por el peso de los paquetes, decidió ceder a su impaciencia y creer ciegamente en su intuición. Se lanzó a la calzada con pasos cortos e inseguros, desafiando al suelo resbaladizo sobre sus zapatos de tacón. Todavía no estaba bastante cerca como para observar que el hombre, que ahora sí llamaba su atención moviendo los brazos enérgicamente, no la apremiaba a cruzar cuanto antes, sino todo lo contrario. A medio paso de peatones empezó a verlo claro. Cuando por fin comprendió por qué el desconocido al que había confundido con su marido la miraba con expresión espantada, el coche ya la había embestido, haciendo volar por los aires sus preciados paquetes.

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L _ _ _ _ (adverbio)

B o Ante la ventana

Apoya la cabeza en el cristal de la ventana y mira al exterior. Su vista vaga por el jardín, pero su mente viaja mucho más lejos. Piensa en París. Sueña con París. Se imagina entre duquesas, vizcondes y actrices; anhela ser una de esas damas que lucen sus mejores vestidos en los alegres bailes de la ciudad. Daría cualquier cosa por abandonar esa casa triste y escapar de la vida rural que tanto la aburre. Ya ni siquiera la consuela tocar el piano o dibujar. Lo único que la anima es pensar que en cualquier momento podría suceder algo distinto. Una visita inesperada, por ejemplo. Alguien que, como en las novelas románticas, se la lleve lejos de allí. Alguien que le muestre el mundo, que le descubra la pasión, que comparta con ella puestas de sol a orillas del mar… Oye pasos a su espalda: su marido ha regresado de visitar al último paciente. Se aleja de la ventana para volver a la realidad. Lamenta, una vez más, haberse casado.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XIX de autor francés.

_ _ _ _   B _ _ _ _ _

Q o Un trabajo impecable

Lleva diez años sentándose tras el viejo mostrador de la portería. Cada mañana, a primerísima hora, limpia su mesa de trabajo y dispone sobre ella los periódicos del día perfectamente alineados. Después barre a conciencia la entrada del edificio, para acabar ordenando la correspondencia y colocándola con destreza en los buzones pertinentes. Solo entonces se sienta en su taburete para observar cómo los vecinos abandonan con prisas el edificio. A todos les despide con un “Buenos días” discreto y educado, tanto si pasan ante él sin hacerle caso como si se detienen con el tiempo justo para atrapar algún periódico. Los tiene a todos controlados. Conoce sus nombres y sus horarios, sus aficiones e incluso sus cumpleaños. En cambio, ellos apenas saben nada de él. Ni siquiera reparan en su trabajo impecable. Por eso, una vez al año, coincidiendo con su aniversario, el portero protesta a su manera: desordena los periódicos, deja sin barrer los rincones y cuela expresamente alguna carta en el buzón equivocado.

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Q _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

La palabra entre líneas es…

I o Su última obra

Aquel martes gélido se despertó con ganas de pintar un paisaje veraniego. Eligió uno de los lienzos más pequeños de su estudio: al fin y al cabo, no pensaba dedicar a aquel cuadro demasiado tiempo. Lo primero que visualizó fue un nítido cielo azul con un sol resplandeciente. Escogió los colores adecuados en su paleta y atacó el lienzo con pinceladas vigorosas. En seguida sintió el calor que desprendía el sol recién pintado; reconfortado por aquella sensación, continuó hasta llenar la tela de pinceladas. Entonces se alejó para contemplar el resultado, y comprendió que el lienzo se le había quedado pequeño. Así que, para completar su obra, siguió pintando la pared del estudio. Al terminar con la pared, pasó a la puerta. Cuando la puerta fue insuficiente, salió a la calle y la emprendió con la fachada del edificio. Después pintó la acera, el paso de peatones, la manzana de enfrente. Y siempre el mismo gesto insatisfecho: necesitaba más. La última vez que le vieron, llenaba de escenas veraniegas el interior de un avión, camino a quién sabe dónde.

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I _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo femenino)

Encuentra la palabra entre líneas.

E o En primera línea

Llegamos pronto a la tienda. Nos vestimos con la ropa de trabajo que toca esa mañana y nos situamos en nuestros puestos. Pronto abrirán las puertas del establecimiento y empezarán a llegar los clientes. Nuestra misión consiste en atraerlos. Desde nuestra posición privilegiada les veremos acercarse al cristal; y lo más importante, ellos nos verán a nosotros. Aunque pueda parecerlo, nuestro trabajo no es sencillo: convencer a los transeúntes para que entren a ver los productos sin dirigirles la palabra, sin hacer un solo gesto, sin dedicarles un guiño de ojos o una sonrisa furtiva. Y aun así, lo conseguimos. Algo más tarde, cuando esos clientes salgan de la tienda satisfechos con su compra, ni siquiera se girarán a despedirse de nosotros o a agradecernos la recomendación. Pero eso ya no nos afecta. Como siempre, aguantaremos inmóviles hasta que cierre la tienda.

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E _ _ _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

¿Cuál es la palabra entre líneas?