U o El prisionero exigente

Sus gritos pueden oírse desde la isla. A bordo de la nave, el prisionero se desgañita exigiendo que le liberen. Las cuerdas que le mantienen atado al mástil le obligan a permanecer de pie; aun así, no para quieto ni un segundo. Mueve el torso y los brazos con insistencia, tratando de aflojar las sogas. No hay manera: sus captores han trabajado a conciencia, y la trampa de cuerdas continúa firme. El prisionero grita, grita, grita, desesperado. Suplica a los remeros que le lleven a la isla. Les insulta. Les promete recompensas. Pero nada surte efecto. Los marineros han protegido sus oídos con tapones de cera, así que no les es difícil ignorar los gritos. Sólo les preocupa remar a buen ritmo para alejarse cuanto antes de esa isla endemoniada.

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Este personaje aparece en varias obras del siglo VIII a.C. (o eso se cree) de autor griego.

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E o El número 34

No pasaba un solo día sin trazar una raya en la pared. Sabía que era la única manera de conservar la noción del tiempo en un lugar como aquel, en el que cada jornada era idéntica a la anterior. Desde que le encerraron allí, el frío y la humedad se habían convertido en sus únicos compañeros. El número 34 no alcanzaba a ver a través del tragaluz que apenas iluminaba el calabozo, pero intuía el mar más allá del muro. No sabía nada del exterior; ni siquiera sabía por qué seguía aún encerrado. Por muchas preguntas que hiciera al carcelero que le llevaba comida a diario, nunca obtenía respuestas. Pese a todo, pese a la fila interminable de rayas con la que había decorado el muro, el número 34 no perdía la esperanza. Su ilusión se había renovado desde que empezó a escuchar aquel sonido desconocido al otro lado de la pared. Un sonido sordo, lento, lleno de promesas irracionales.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XIX de autor francés. El nombre a descubrir está escrito en el idioma original.

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L o Sin vuelta atrás

Por fin se ha decidido: lo hará hoy mismo. Lleva tiempo planeando hasta el último detalle, así que nada puede fallar. Cuando su carcelero se acerque, silbando la misma canción irritante de siempre, él fingirá estar enfermo. Si el carcelero le habla a través de los barrotes, él no reaccionará. Si le ofrece comida, ni siquiera la mirará. Al hombre no le quedará más remedio que abrir la puerta de su celda. Intentará acercarse con precaución. Y entonces él, aprovechando el descuido, cruzará la puerta abierta tan rápido como pueda. No hará caso de los gritos del carcelero. No mirará atrás. Tan solo volará alto, alto y lejos, lejos de esta pesadilla.

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L _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

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