Q o Un solo hombre

Llegaron temprano. Mis compañeros todavía dormían; yo acababa de despertar. Observé a aquellos dos tipos extraños mientras movía mis extremidades lentamente para desperezarme. El hombre rechoncho parecía tranquilo; ni siquiera se había fijado en nosotros. El otro, en cambio, el larguirucho, no nos quitaba ojo de encima. Esa mirada desconfiada bajo su ceño fruncido tendría que haberme alertado, pero quién iba a sospechar que un solo hombre se atrevería a plantar cara a treinta o cuarenta de los nuestros… A escasos metros de alcanzarnos, los dos tipos detuvieron sus monturas. El larguirucho señaló hacia nosotros con su lanza y dijo algo al gordo que no pude oír. El otro negó rotundamente con la cabeza. Entonces el alto me clavó su mirada furiosa. Espoleó a su caballo famélico y, lanza en ristre, cabalgó directamente hacia mí ignorando los gritos de su compañero. Me asusté. Instintivamente, moví las aspas para protegerme. Y el larguirucho salió volando por los aires junto con su montura, su lanza y su locura.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XVII de autor español.

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P o Una estúpida apuesta

Esperaba una vida tranquila al servicio de un caballero típicamente británico. Serio, disciplinado, flemático. Un hombre sin demasiadas complicaciones; como mucho, escrupuloso y fanático de la puntualidad. Nada más conocerle, su sexto sentido le dijo que su amo y él encajarían a la perfección. Lo había imaginado algo excéntrico, sí, hasta el punto que pueden permitirse quienes amasan una gran fortuna y no tienen con quién compartirla. Pero nunca hubiera pensado que servir como mayordomo a aquel respetable caballero podía ocasionarle tantos dolores de cabeza. Y todo por una estúpida apuesta. Había perdido la cuenta de los lugares que habían visitado durante los últimos treinta días, siempre a la carrera, o de las personas con las que se habían cruzado por el camino. Habían viajado en tren, barco e incluso elefante. Habían vivido más situaciones extremas de las deseables. Y todavía les quedaba por completar más de la mitad del viaje… Maldito sexto sentido. En buena hora se fió de él.

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Este personaje protagoniza una novela del siglo XIX de autor francés.

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K o La odiosa criatura

Llevo rato observándole. Ni siquiera me he molestado en esconderme entre la maleza para pasar desapercibido: sé que el cachorro no me tiene miedo. Cualquiera de sus hermanos hubiera huido despavorido al saber que yo, el auténtico y temible señor de la selva, merodeo por los alrededores. Pero él no es como el resto de la manada. Esa odiosa criatura no sólo no me teme, sino que se atreve a mantener mi mirada, desafiante. Si intento intimidarle con un rugido amenazador, me responde con una carcajada despreocupada. Se cree a salvo. Tiene claro que no me acercaré a él mientras ande con sus dos eternos compañeros: no quiero llevarme el zarpazo de un oso descomunal, ni me apetece enfrentarme a una pantera astuta. Pero algún día esos dos no estarán al lado del cachorro para protegerle. Ese día le explicaré con todo detalle quién manda en esta selva.

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Este personaje aparece en una obra del siglo XIX de autor británico.

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Z o El zoólogo zamorano

Hace tiempo que el zoólogo zamorano dejó de pensar en aquella zagala zalamera a la que regaló un zafiro en Zaragoza. Ahora zanganea entre los zarzales con la mente en estado zen. Anda zarrapastroso, ha perdido un zapato y carga con un zurrón vacío que pide a gritos mil zurcidos. Su rostro zafio tiene el mismo aspecto que una zarzuela de marisco. El zoólogo ya no distingue una zanahoria de un zepelín, pero su instinto le lleva a lanzar un zarpazo con la zurda cuando un zorro se cruza en su camino. Sus reflejos zozobran, y el intento fallido le hace quedar como un zoquete. En su avance zigzagueante, el zamorano no nota la presencia del cazador que le observa a través del zoom. No oye el zumbido de la bala acercándose a su cabeza. No puede zafarse del impacto que, zas, le zarandea un instante y zanja su existencia dejándole el cerebro hecho zumo.

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Z _ _ _ _ (sustantivo masculino)

Descubre la palabra oculta.

V o Cara a cara

Son más atractivos que nosotros, pero sólo porque llevan trajes a medida que esconden su celulitis o sus barrigas cerveceras. En cambio, nosotros somos más inteligentes, más creativos, estamos mejor preparados que ellos. Al fin y al cabo, en nuestras profesiones, eso es lo que cuenta. A la vista está: nosotros tomamos la iniciativa siempre; ellos sólo trabajan reaccionando a nuestros actos. Somos tipos proactivos donde los haya, pero ellos, que no emprenden nada, se llevan los aplausos. La sociedad les adora; a nosotros, nos detesta. Aunque sabemos que más de un ciudadano admira en secreto nuestra retorcida capacidad de cometer fechorías. Y si ellos, los superhéroes, creen que nos descubren por méritos propios, lo tienen claro: dejamos que nos persigan por pura diversión. En realidad, entre nuestros colectivos no hay tantas diferencias. Los superhéroes se saltan la ley, causan estropicios e incluso matan tanto como nosotros. Pero a ellos se les consiente, mientras que a nosotros se nos condena sin juicio previo. Su oficio está sobrevalorado. Los verdaderos héroes somos nosotros.

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V _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

¿En qué palabra se inspira este cuento?