Llegaron temprano. Mis compañeros todavía dormían; yo acababa de despertar. Observé a aquellos dos tipos extraños mientras movía mis extremidades lentamente para desperezarme. El hombre rechoncho parecía tranquilo; ni siquiera se había fijado en nosotros. El otro, en cambio, el larguirucho, no nos quitaba ojo de encima. Esa mirada desconfiada bajo su ceño fruncido tendría que haberme alertado, pero quién iba a sospechar que un solo hombre se atrevería a plantar cara a treinta o cuarenta de los nuestros… A escasos metros de alcanzarnos, los dos tipos detuvieron sus monturas. El larguirucho señaló hacia nosotros con su lanza y dijo algo al gordo que no pude oír. El otro negó rotundamente con la cabeza. Entonces el alto me clavó su mirada furiosa. Espoleó a su caballo famélico y, lanza en ristre, cabalgó directamente hacia mí ignorando los gritos de su compañero. Me asusté. Instintivamente, moví las aspas para protegerme. Y el larguirucho salió volando por los aires junto con su montura, su lanza y su locura.
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Este personaje protagoniza una novela del siglo XVII de autor español.
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