F o Una lucha titánica

El caballero valiente no escatima en detalles. Ante una corte totalmente subyugada, explica cómo venció al dragón tras una lucha titánica. Describe a la bestia como un monstruo tan grande como dos castillos; o quizás como tres. Asegura que sus llamas letales arrasaban todo lo que había a su alrededor. Confiesa que estuvo al borde de la muerte, pero que el recuerdo de la bella princesa le dio la fuerza necesaria para lanzar el ataque definitivo. Concluye que vio el terror en los ojos de la bestia instantes antes de acabar con ella. Su historia satisface al rey, estremece en la reina, admira a los nobles y provoca suspiros entre las damas. Pero a la princesa, auténtica destinataria del relato, no le impresionan las hazañas del héroe. Prefiere centrar su atención en el escudero del caballero: parado tras él en un discreto segundo plano, el chico pone los ojos en blanco cada vez que su amo se deja llevar por la imaginación.

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F _ _ F _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

Podéis dejar vuestras respuestas hasta el próximo jueves.

K o Un día insólito

“Recógeme a las nueve”, le respondió Marilyn. Aunque él no recordaba haber dirigido la palabra a la caniche, ni mucho menos haber acordado una cita con ella. Desconcertado, bajó la mirada para ocultar su sonrojo y se apresuró a terminar el poema que llevaba doce semanas escribiendo sobre la mesa con granos de café. Luego, a modo de despedida, musitó una respuesta plausible a la Conjetura de Hodge que nadie más que él oyó y se apeó del velero en marcha, alejándose a zancadas campo a través. Acababa de doblar la segunda esquina cuando un canto de sirenas le abanicó las orejas. Dirigió su telescopio hacia la última ventana del rascacielos más alto justo en el momento en el que una iguana rusa le dedicaba una insinuante caída de ojos. “Su pantalón ya está perfectamente lavado y planchado, señor”, leyó en sus labios. Pero él, que siempre había preferido la comodidad de las faldas escocesas, decidió dar media vuelta y cubrirse con la sábana hasta la nariz.

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_ _ _ K _ _ _ _ (adjetivo masculino)

G o La larga espera

Veinte años esperando a que Ulises volviera de Troya. Veinte años sacrificándose como esposa sufrida. Gobernando la casa en solitario. Batallando con un hijo en plena adolescencia que pagaba con rebeldía la ausencia de su padre. Soportando a huéspedes inoportunos sin intención de marcharse. Sonriendo falsamente ante los cumplidos de pretendientes ambiciosos que la miraban con lujuria. Aguantando sin rechistar las pullitas de amigas envidiosas o, peor aún, de las que la compadecían por su triste situación. Trabajando sin ilusión en un tejido que no pretendía acabar. Robándole horas al sueño para destejerlo. Durmiendo, las pocas horas que le quedaban tras destejer, sin compañía, en una cama demasiado grande y demasiado fría. Acostumbrándose a convivir con la soledad. Veinte años esperando, sin desfallecer, el regreso de su esposo. Para que luego Ulises apareciese como si nada y, sin darle importancia al asunto, resumiera su odisea con un simple “Estuvo bien”.

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G _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

U o El prisionero exigente

Sus gritos pueden oírse desde la isla. A bordo de la nave, el prisionero se desgañita exigiendo que le liberen. Las cuerdas que le mantienen atado al mástil le obligan a permanecer de pie; aun así, no para quieto ni un segundo. Mueve el torso y los brazos con insistencia, tratando de aflojar las sogas. No hay manera: sus captores han trabajado a conciencia, y la trampa de cuerdas continúa firme. El prisionero grita, grita, grita, desesperado. Suplica a los remeros que le lleven a la isla. Les insulta. Les promete recompensas. Pero nada surte efecto. Los marineros han protegido sus oídos con tapones de cera, así que no les es difícil ignorar los gritos. Sólo les preocupa remar a buen ritmo para alejarse cuanto antes de esa isla endemoniada.

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Este personaje aparece en varias obras del siglo VIII a.C. (o eso se cree) de autor griego.

U _ _ _ _ _

T o Fervor de juventud

No intenten justificar su comportamiento atribuyéndolo al fervor de la juventud. Seamos sinceros: por mucho que mi dueño se empeñe en seguir llevando esos pantalones de colegial, dejó de ser un chaval hace años. Lo suyo no es ímpetu juvenil, sino inconsciencia supina. Acepto que su profesión le obligue a recorrer el mundo en busca de noticias insólitas, conflictos armados o misterios por resolver; de hecho, me gusta vivir con él ese ajetreo. Pero algunos días preferiría que se limitara a escribir crónicas falsas desde su habitación de hotel, mientras yo descanso a sus pies royendo un buen hueso, en vez de lanzarse de cabeza al peligro sin escuchar mis advertencias. Hoy es uno de esos días. Mi dueño se ha vuelto a meter en problemas, y no veo que su amigo el marino malcarado ande cerca para ayudarle. Como siempre que las cosas se ponen realmente feas, seré yo quien eche el resto para salvarle el flequillo.

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Este personaje protagoniza varias historietas del siglo XX de autor belga.

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