U o El pequeño científico

No hizo falta un recuento de votos. Al ver todas las manos alzadas, el pequeño Víctor comprendió que ninguno de sus compañeros defendería su permanencia en la pandilla. Los muy cobardes decían que su último experimento había ido demasiado lejos; algunos se quejaban de sentir todavía hormigueo en los dedos por culpa de la descarga eléctrica. El niño científico abandonó el refugio de la pandilla a regañadientes. “Algún día haré algo grande”, refunfuñaba. “Y ese día, como me llamo Frankenstein, se arrepentirán de haberme expulsado”.

*

U _ _ _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

Tenéis hasta el jueves para intentar descubrir la palabra que inspira el microrrelato.

Ñ o Tardes de espera

La ve salir de la habitación con prisas. Esta tarde tampoco le ha lanzado un beso desde la puerta a modo de despedida, como solía hacer antes. Ni siquiera se ha dignado a mirarle: hace tiempo que dejó de ser visible para ella. Cuando Irene empezó a cambiar, él intuyó que la acabaría perdiendo tarde o temprano. Como no estaba en posición de impedirlo, dejó que ella se distanciara cada vez más. Al principio, Irene le ponía excusas para salir sin él; con los meses, dejó de disimular las ganas de dejarle atrás. Ahora, durante las interminables tardes que pasa solo en la habitación, se refugia en los recuerdos: las risas compartidas, las confidencias nocturnas, los sueños que vivieron juntos. Mientras espera el regreso de Irene, se consuela pensando que, por mucho que el tiempo la obligue a crecer, no le quitará el privilegio de haber sido su peluche favorito.

*

_ Ñ _ _ _ _ (verbo transitivo)

I o Abrir los ojos

En otras circunstancias, ser objeto de interés de tres mujeres a la vez podría haberme hecho sentir halagado. Pero entonces yo tenía siete años, aquellas tres mujeres eran mis tías y sus miradas estaban cargadas de reproche. No las culpo: reconozco que aquel garabato negro trazado con prisas bajo mi nariz lucía bastante ridículo. Mis tías preguntaban, a tres voces, qué estúpida inspiración me había llevado a pintarme un bigote con rotulador permanente. Yo no respondía. Prefería aguantar su etiqueta de sobrino idiota que confesarles que Ana me había gastado una broma. No podía explicarles que, durante unos instantes, había creído flotar porque mi mejor amiga me había prometido un beso si cerraba los ojos. Que los había cerrado pero, en vez de notar sus labios rozando mi mejilla, había sentido un cosquilleo frío bajo la nariz. Que, al abrir los ojos, me había topado con la sonrisa maliciosa de Ana y las caras burlonas de los demás niños. Mientras las tres mujeres discutían la mejor fórmula casera para acabar con aquella marca sin arrancarme la piel, yo sólo podía pensar en Ana. No me preocupaba el bigote; sabía que mis tías darían con el remedio para eliminarlo. Pero la traición de mi amiga no se borraría por mucho que el tiempo frotara mi alma.

*

I _ _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo)

Z o El rito diario

Cada tarde, a eso de las tres, abandona su escondite para salir a campo abierto. Se sienta en lo alto de la pradera, desde donde tiene la mejor vista, y deja pasar los minutos. Durante la primera media hora, espera con una mezcla de impaciencia y entusiasmo. A medida que avanza la segunda media hora, la decepción va ganando terreno. Pasadas las cuatro, cuando no le queda más remedio que admitir que su amigo tampoco aparecerá ese día, se rinde a la tristeza. Desvía la mirada hacia los campos de trigo y suspira, nostálgico. Entonces cierra los ojos para verlo todo mejor. Agudiza el oído para escuchar cómo juega el viento entre las espigas, meciéndolas, e imagina que la brisa acaricia los mechones dorados de su amigo. Con los ojos aún cerrados, sonríe. Sabe que, por muy lejos que haya ido, el niño de otro planeta sigue a su lado.

*

Este personaje aparece en una novela del siglo XX de autor francés.

Z _ _ _ _

M o Tras la máscara

Mi querido amigo, no se deje engañar. Ese hombre de reputación intachable y gesto educado al que todos admiran es, en realidad, el mayor delincuente que pueda imaginar. Un auténtico Napoleón del crimen, créame. La inteligencia y el talento de M para las matemáticas son innegables; pero no es menos cierto que posee una mente maquiavélica. Se esconde tras esa prestigiosa máscara intelectual, pero cuenta con una red de sicarios dispuestos a ejecutar cualquier maldad bajo sus órdenes. Es vil y despiadado; no muestra compasión si alguien le traiciona. Sé lo que está pensando, amigo mío. Usted cree que desacredito a M porque siento celos de su popularidad, pero se equivoca. Admiro su genialidad: es el único hombre al que puedo considerar un verdadero rival. Aunque sí, debo admitirlo, estoy dolido con él. Hace tiempo que no me reta con alguna de sus fechorías. Creo que ya no le estimula enfrentarse a mí. Sospecho que está viendo a otro.

*

Este personaje aparece en varias obras de los siglos XIX y XX de autor escocés.

_ _ _ _ _  M _ _ _ _ _ _ _