X o Razones de peso

Le diría que no había podido acabar los deberes. Que su madre le había obligado a hacer la colada, planchar la ropa o cualquier otra tarea doméstica. O, mejor aún, que sintió un repentino dolor de barriga y tuvieron que salir corriendo a urgencias. ¿Que un centenar de amigos famélicos se había presentado en casa de improviso y toda la familia se vio obligada a cocinar hasta las tantas para saciar su apetito? O quizás que le había retenido un atracador en el supermercado cuando acompañaba a su padre a la compra. ¿Que un león escapado del zoo se había colado en su habitación y no le dejaba acercarse a la mesa de estudio? ¿Que una bruja malvada había convertido en confeti su libreta de apuntes? ¿Que le secuestró una nave alienígena y no le liberó hasta pasada la medianoche? El niño resopló, vencido. Definitivamente, le costaría menos acabar los deberes que encontrar una excusa convincente.

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_ _ _ _ _ X _ _ (sustantivo masculino)

Z o El rito diario

Cada tarde, a eso de las tres, abandona su escondite para salir a campo abierto. Se sienta en lo alto de la pradera, desde donde tiene la mejor vista, y deja pasar los minutos. Durante la primera media hora, espera con una mezcla de impaciencia y entusiasmo. A medida que avanza la segunda media hora, la decepción va ganando terreno. Pasadas las cuatro, cuando no le queda más remedio que admitir que su amigo tampoco aparecerá ese día, se rinde a la tristeza. Desvía la mirada hacia los campos de trigo y suspira, nostálgico. Entonces cierra los ojos para verlo todo mejor. Agudiza el oído para escuchar cómo juega el viento entre las espigas, meciéndolas, e imagina que la brisa acaricia los mechones dorados de su amigo. Con los ojos aún cerrados, sonríe. Sabe que, por muy lejos que haya ido, el niño de otro planeta sigue a su lado.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XX de autor francés.

Z _ _ _ _

Y o Cara y cruz

Cruz sale a la calle con ganas de gresca. Nadie se salva de sus maldades: asusta a los niños, increpa a las ancianas, pisa la cola a los gatos, tira piedras a las ventanas. Avanza erguido, luciendo la confianza chulesca del que sabe que sus actos quedarán impunes. No le preocupan los reproches de los vecinos; ignora sus miradas de desprecio. Si alguno le pide explicaciones por sus acciones, suelta una carcajada. Se encoge de hombros y, sin detenerse siquiera, señala la pequeña puerta del callejón. Al otro lado de la puerta, Cara extiende cheques para pagar cristales rotos, acaricia a gatos heridos, se disculpa ante ancianas disgustadas, consuela a niños asustados. Hace gala de su exquisita educación para apaciguar los ánimos de los vecinos. Y reza para que nadie descubra que él y Cruz son los rostros de una misma moneda.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autor escocés. El nombre a descubrir está en el idioma original.

_ _   _ Y _ _

X o Una mentira inocente

Confieso que llevo años engañando a la aldea. Mi farsa involuntaria comenzó el día en que un vecino me visitó con un problema menor. Me pilló con poca inspiración y menos ganas de trabajar, así que salí del paso con lo primero que encontré: un poco de caldo de la cena, un par de ingredientes tomados al azar de mi despensa y, voilà, ya tenía el remedio perfecto. Le aseguré que aquel brebaje le daría fuerza suficiente para enfrentarse a cualquier problema. Me refería a fuerza moral, pero mi vecino no lo interpretó bien: explicó en la aldea que yo había inventado una pócima mágica que otorgaba poderes sobrenaturales. Desde entonces, decenas de vecinos hacen cola ante mi casa a diario para adquirir mi remedio. Y deben de creer que funciona, porque siempre vuelven a por más. A mí me sabe mal quitarles la ilusión. Menuda decepción les causaría ahora descubrir que no les vendo poderes sobrenaturales, sino un simple sorbito de sopa de pollo para calentar su autoestima.

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Este personaje aparece en varias historietas del siglo XX de autor francés.

_ _ _ _ _ _ _ _ X

Z o El zoólogo zamorano

Hace tiempo que el zoólogo zamorano dejó de pensar en aquella zagala zalamera a la que regaló un zafiro en Zaragoza. Ahora zanganea entre los zarzales con la mente en estado zen. Anda zarrapastroso, ha perdido un zapato y carga con un zurrón vacío que pide a gritos mil zurcidos. Su rostro zafio tiene el mismo aspecto que una zarzuela de marisco. El zoólogo ya no distingue una zanahoria de un zepelín, pero su instinto le lleva a lanzar un zarpazo con la zurda cuando un zorro se cruza en su camino. Sus reflejos zozobran, y el intento fallido le hace quedar como un zoquete. En su avance zigzagueante, el zamorano no nota la presencia del cazador que le observa a través del zoom. No oye el zumbido de la bala acercándose a su cabeza. No puede zafarse del impacto que, zas, le zarandea un instante y zanja su existencia dejándole el cerebro hecho zumo.

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Z _ _ _ _ (sustantivo masculino)

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