V o Una nueva aventura

Cada vez que se agitan las hojas de los árboles más cercanos a su nuevo hogar, Dorothy siente mariposas en el estómago. Si la cosa no pasa de ahí, Toto simplemente levanta las orejas durante unos instantes para continuar después con su siesta. Pero si el viento se pone juguetón e incita a las ramas a repiquetear en las ventanas del segundo piso, Dorothy esboza una sonrisa. Su tía levanta la vista de su lectura, intranquila, pero no llega a decir nada. Si la puerta mal cerrada de la cocina se une al juego y golpea con insistencia, Toto se incorpora y empieza a gruñir. Dorothy se acerca a la ventana, nerviosa, justo a tiempo para ver cómo una ráfaga traviesa tumba una silla en el porche. Su tía suelta un “Otra vez no” preocupado, mientras su tío, que sigue con la nariz enterrada entre las páginas del periódico, sentencia que no está dispuesto a comprar una tercera granja. Llegado ese punto, Dorothy cierra los ojos y desea, con todas sus fuerzas, que la aventura comience de nuevo.

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V _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)

U o Cambio por sorpresa

Los niños están atónitos. No le quitan ojo al extraño ser que se pasea ante la pizarra, retándoles con la mirada en un perturbador plano picado. El profesor de Lengua anodino al que era fácil torearse ha sido sustituido por un hombre enérgico que ha irrumpido en clase con intención de poner los puntos sobre las íes. Parecen la misma persona, pero los alumnos saben que no lo son. El profesor de ayer dejaba languidecer todas sus frases en dubitativos puntos suspensivos; el de hoy remata cada afirmación con un categórico punto y aparte. La clase mantiene una calma incómoda. En el ambiente flota un gran signo interrogativo. Los niños se miran furtivamente, arquean las cejas e intercambian comentarios en voz baja. En la última fila nace el rumor de una abducción alienígena, el primer paso de un malvado plan extraterrestre para suplantar a todos los profesores de Lengua y acabar dominando el mundo. Ignoran que la respuesta se esconde, como un tesoro entre corchetes, en el maletín del profesor: un libro de autoayuda recién estrenado.

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U _ _ _ _ _ _ (verbo transitivo)

T o Media hora después

Se le fue el santo al cielo. Alguna inexplicable razón hizo que, aquella noche, el lobo feroz remolonease más de la cuenta a pie de página y apareciese en el cuento con media hora de retraso. En el lugar donde solía encontrarse con Caperucita cada noche no había ni rastro de la criatura. Probablemente estaría llegando ya a casa de la Abuelita. El lobo decidió jugárselo todo en un último intento y echar a correr bosque a través para llegar a la casa antes que la niña. Quizás así pudiera reconducir una historia que, aquella noche, olía a fracaso absoluto. Mientras corría, el lobo notó que los árboles se volvían extrañamente borrosos. Él mismo empezó a desdibujarse, lo que le hacía avanzar cada vez con mayor dificultad. Todo se iba haciendo confuso. Agotado de esperar al lobo feroz durante tanto rato, el niño que leía el cuento en su cama noche tras noche cayó finalmente dormido. Entonces lobo, bosque e historia se perdieron en la oscuridad.

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T _ _ _ _ (adverbio tiempo)

W o Cinco niños afortunados

Lleva tanto esperando este momento que casi no puede creer que haya llegado: sus cinco invitados de lujo esperan tras la puerta. Oye sus voces infantiles y se pregunta qué aspecto tendrán. Para saciar su curiosidad, abre la mirilla con cuidado y espía. Ahí están los cinco niños. Parecen excitados, aunque probablemente no lo estén tanto como él: los nervios le han tenido en vela media noche, meditando qué traje ponerse para la cita. Quiere causar la mejor impresión. Sabe que sus invitados ansían conocerle y no quiere defraudar sus expectativas. Al fin y al cabo, va a mostrarles sus dominios. Va a desvelarles sus secretos más dulces. Y espera regalarles un día que difícilmente puedan olvidar. Ya llaman a la puerta. Él se alisa el traje hasta dejarlo impecable, dibuja la sonrisa tantas veces ensayada y abre la fábrica.

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Este personaje aparece en un par de obras del siglo XX de autor británico.

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V o Mi paraíso privado

Y cuando ya había asumido que pasaría solo el resto de mis días, apareció él. Sigo emocionándome cada vez que recuerdo nuestro primer encuentro. Irrumpió en mi vida como un tornado; me pilló por sorpresa, pero no dudé en darle cobijo. Le abrí las puertas de mi hogar y le ofrecí cuanto tenía sin reservas. Me gustó encontrar a alguien con quien poder compartir mi trocito de paraíso privado. Nuestra convivencia fue como la seda desde el principio. Le pusimos tanto empeño que no nos frenaron ni los problemas de comunicación. Nos bastaba un gesto o una mirada, un simple sí o no, para entendernos. Pero todo ha cambiado últimamente. Ceo que la rutina en esta isla remota nos está perjudicando. Ya no me dedica esas sonrisas francas, refunfuña a todas horas y me mira con reproche si le encargo alguna tarea doméstica. Incluso ha dejado de llamarme amo con el cariño con el que solía decirlo antes. Y yo, harto de sus malas caras, me pregunto a menudo si no me hubiera ido mejor siguiendo solo.

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Este personaje aparece en una novela del siglo XVIII de autor inglés.

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