O o Disparidad de criterios

Nadie se esforzaba más que aquellos personajes en aparentar lo que no eran. Ante el narrador, dondequiera que estuviera, se mostraban dóciles y serviciales. «Partid”, decía él, y ellos viajaban tan lejos como hiciese falta. “Luchad”, pedía él, y ellos se entregaban a la batalla en cuerpo y alma. “Morid”, ordenaba, y ellos morían sin rechistar; aunque no estuvieran de acuerdo. Fue precisamente esa disparidad de criterios lo que les decidió a planear su rebelión. Celebraban sus reuniones secretas cada vez que el narrador se entretenía con alguna subtrama de la historia. Poco a poco, fueron urdiendo un plan infalible para acabar con aquella tiranía literaria. En su escondite, se vanagloriaban de no haber dejado un solo cabo suelto. Pero ninguna conspiración permanece oculta durante mucho tiempo ante alguien que lo sabe todo, lo ve todo, lo determina todo. Y la venganza de un narrador ofendido, sobre todo si se aproxima el final de una novela épica, puede ser antológica.

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O _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ (adjetivo)

¿Qué palabra esconde este microrrelato? Tenéis hasta el jueves a las 22:00 para hacer vuestras apuestas.

4 pensamientos en “O o Disparidad de criterios

    • San Miguel estaba sentado en el borde de una nube, balanceando los pies. Sufría uno de esos días de gloria en los que un tedio celestial le impregnaba hasta la última pluma. Volar de aquí para allá perdía todo interés y adorar a Dios le parecía poco menos que un peloteo hipócrita. Consideraba que la verdadera grandeza está en adorar a nuestros iguales, además de que un ser superior jamás permitiría su endiosamiento. Desde su nube veía a lo lejos a los querubines juguetear con las querubinas, pobres ellas, ángeles de tercera que ni siquiera la divina providencia había permitido que existieran en los textos sagrados. Eran tantos los designios incomprensibles y tanta la eternidad transcurrida, que se había acostumbrado a acatar las órdenes flamígeras sin rechistar ni buscarles justificación. Sólo cuando las nubes parecían negras a su mirada le asaltaban las dudas y se alejaba momentáneamente de la corte celestial: mejor evitar cualquier encuentro con el jefe omnisciente. Entonces se pasaba horas balanceando los pies y mirando hacia abajo, y si alguna lágrima se le escapaba se convertía en lluvia ácida. «Tendría que haberme ido con él», se decía, y es que no podía evitar echar de menos al que había sido su mejor amigo, Luzbel, el primer ángel que voló.

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