Está sentada en la punta de la silla. Su espalda, bien erguida, no roza el respaldo. Con una mano sostiene un libro abierto a la altura de sus ojos, de manera que puede mantener la barbilla alzada mientras lee. La otra mano, cerrada en un puño, descansa sobre su regazo. Esa postura y el silencio de la sala convierten su lectura en un acto solemne. De vez en cuando desvía la vista del libro para observar a las niñas. La mayor sigue concentrada en su escrito. La pequeña, sin embargo, ya no dibuja; su atención ha escapado por la ventana. Al verla, el rostro de la mujer se vuelve aún más severo. Aprieta los labios. Tamborilea sobre su regazo con dedos impacientes. Y acaba soltando su habitual retahíla de reproches hacia la pequeña incorregible. Pero la niña ha viajado tan lejos de la mansión alemana que ni siquiera la oye. Allí, en los prados suizos, sólo tiene oídos para su abuelo y los amigos que la hacen feliz.
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Este personaje aparece en una novela del siglo XIX de autora suiza.
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¿Señorita Rottenmeier?
¡Sí! El personaje es la Señorita Rottenmeier. Y ya puestos, ¿quién es la pequeña incorregible?