Lleva diez años sentándose tras el viejo mostrador de la portería. Cada mañana, a primerísima hora, limpia su mesa de trabajo y dispone sobre ella los periódicos del día perfectamente alineados. Después barre a conciencia la entrada del edificio, para acabar ordenando la correspondencia y colocándola con destreza en los buzones pertinentes. Solo entonces se sienta en su taburete para observar cómo los vecinos abandonan con prisas el edificio. A todos les despide con un “Buenos días” discreto y educado, tanto si pasan ante él sin hacerle caso como si se detienen con el tiempo justo para atrapar algún periódico. Los tiene a todos controlados. Conoce sus nombres y sus horarios, sus aficiones e incluso sus cumpleaños. En cambio, ellos apenas saben nada de él. Ni siquiera reparan en su trabajo impecable. Por eso, una vez al año, coincidiendo con su aniversario, el portero protesta a su manera: desordena los periódicos, deja sin barrer los rincones y cuela expresamente alguna carta en el buzón equivocado.
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Q _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo masculino)
La palabra entre líneas es…
¿Quehacer?
¡Sí! La palabra es quehacer. De nuevo empate en la cumbre. :-)
¿Quién nos deja un microcuento ahora? ¿Te animas tú, Palimp?
No estaba muy seguro, me alegra haber acertado. Con el cuento, aunque estoy hasta arriba de trabajo ¡venga!
Cuando entraba en la habitación, ya no se oían los gritos. Su trabajo era sencillo, le gustaba hacerlo con orden. Vaciar los cubos y quitar cualquier resto del suelo y la mesa. Fregar bien la sangre de paredes y suelo. Dejar los instrumentos -cuchillos, alicates, picana- limpios y relucientes. Para eso usaba una gamuza fina. Y otra especial, aún más fina, para limpiar el objetivo de la cámara. Al director de la película le gustaba lo metódica que era y -perfeccionista el mismo- le había prometido que la incluiría en los créditos de la película, en el apartado de atrezzo. Tan absorta estaba pensando en lo que dirían sus hijos cuando vieran su nombre en la gran pantalla, que no escuchó el ruido de la puerta al abrirse a sus espaldas, ni llegó a ver al hombre de la máscara.
¡Genial, Palimp! Me gusta cómo dejas entrever de qué va la historia sin decirlo claramente. Y esa escena final me ha hecho sufrir por la protagonista… ¡Gracias! :-)