P o La risa contagiosa

Dicen que comenzó en algún pueblo escocés. La televisión lo presentó como un curioso caso de risa contagiosa: los reporteros mostraban imágenes de los afectados y bromeaban sobre su incapacidad de dejar de reír. Incluso admiraban su aspecto despreocupado y feliz. Las redes sociales extendieron la noticia; también propagaron la risa. A cada minuto se detectaban nuevos contagios en todo el mundo. La felicidad que al principio divertía empezó a incomodar. Los gobiernos reaccionaron. Como medida preventiva, cortaron las emisiones de radio y televisión. Prohibieron el acceso a Internet. Nos obligaron a permanecer en casa. De eso hace cinco días. Hemos logrado mantener a los niños alejados de las ventanas, pero el abuelo nos ha salido rebelde: esta mañana le hemos descubierto asomado al patio de vecinos, escuchando con deleite la risa de la mujer contagiada del quinto. Nos ha dicho que quería sentir la sensación de vivir despreocupadamente. Le hemos encerrado en su habitación de inmediato. De vez en cuando le oímos reír, aunque sospechamos que finge haberse contagiado para sentirse menos solo. No dejamos que los niños se le acerquen. Por suerte, ellos siguen manteniendo esa expresión entre triste y asustada.

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P _ _ _ _ _ _ _ (sustantivo femenino)

¿Cuál crees que es la palabra oculta?

4 pensamientos en “P o La risa contagiosa

  1. El titular saltó un mítico 15 de noviembre de 2012. «El envejecimiento de la población, un desafío sanitario, social y económico». Como se habían agotado las existencias de cachavas, boinas y bufanda de cuadros en todos los establecimientos de la capital, hordas de abueletes se afanaban en coger el tranvía que se detenía en todos los pueblos de la periferia para hacerse con aquella tríada que los diferenciaba del resto de mortales trabajadores. En las redacciones, todos los reporteros estaban tan concentrados en el fenómeno que ninguno, excepto una becaria de un semanal de poca monta y menor tirada, reparó en la otra frase que coronaba un breve pero interesantísimo informe de la Universidad de Hamburgo. «El progresivo rejuvenecimiento de la bolsa de plástico, origen y consecuencias». Tras una década de estudio, dos científicos teutones habían constatado la abrupta caída de edad de ese objeto cotidiano que, desde su introducción en los años setenta, había pasado de ser un rara avis a amontonarse en armarios, cestas y cajones de todo hogar. «La plaga del siglo veinte», como se la llamaba, causaba una menor frecuencia de uso de los especímenes más viejos y, a la vez, originaba una creciente (y alarmante) explotación de los individuos a edades cada vez más tiernas. En las escasas líneas que relataban el curioso hallazgo no se informaba del procedimiento seguido por «Los Rubios» (apodo con el que se conocía al tándem de eminencias) hasta llegar al enunciado de esa teoría. María Barrero, que así se llamaba esa jovencita que soñaba con labrarse una carrera de periodista, contactó a media tarde de ese jueves 15 con la pareja de rubiales que le concedieron una entrevista en exclusiva. Al día siguiente de su publicación, se hizo eco en la mayoría de medios extranjeros y, tras el revuelo inicial en la comunidad científica, su directora anunció satisfecha que un nuevo axioma había nacido. Barrero, que en la actualidad dirige una exitosa publicación, no puede esconder un rictus que le ensombrece el rostro cuando admite que, precisamente un hecho tan trágico, hizo que remontaran las ventas de un periódico casi en quiebra.

    • ¡Muy chulo, Rebeca! Veo que sigues apostando por el mensaje con sentido del humor… :-) Me alegro de que te animes a escribir y dejar tus propuestas, ¡muchas gracias! ¿Alguien más se atreve?

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